No hay etapa más decisiva, a mi juicio, en el sistema educativo, que la infantil. Los aprendizajes que en ella se realizan tienen una repercusión decisiva sobre la vida de las personas. Se trata de una etapa de una gran plasticidad en la que las influencias abarcan las dimensiones más variadas, ricas y profundas del ser humano.
Los profesionales que se dedican a esta delicada tarea (mujeres en su mayoría) suelen ser personas con una preparación, una dedicación y una creatividad extraordinarias. Creo que el sistema educativo, en el que las bisagras entre etapas están tan mal engrasadas, va sufriendo una erosión didáctica a medida que se va avanzando. Por eso me parece pintoresca la expresión de prepararse para la Universidad, a no ser que se equipare a prepararse para la adversidad o para la guerra.
Vale lo que digo para la organización de los espacios, para las relaciones interpersonales, para la atención a la diversidad, para el ingenio en la metodología, para la producción de materiales… Los espacios de la educación infantil están llenos de colores, no es imaginable que una maestra de infantil no se sepa el nombre (y hasta el cumpleaños) de los niños, las iniciativas novedosas con constantes, los afectos se expresan con facilidad, la creatividad para confeccionar materiales es inagotable… Claro que la preparación didáctica de los profesionales sigue una progresión descendente a medida que se avanza en el sistema educativo, Más en infantil y primaria, menos en Secundaria y Bachillerato y nula en la Universidad.
La producción didáctica de quienes trabajan con niños y niñas de 0 a 6 años está siendo no sólo abundante sino de enorme interés pedagógico. Voy a referirme a dos obras, entre muchísimas otras, que tienen para mí un peculiar interés. Me refiero a “Mi escuela sabe a naranja”, de Mari Carmen Díez Navarro y “Tú sí que vales”, de Monserrat Espert y M. Carme Boqué.
Hace unos días le oí contar a Carme Boqué, con el encanto natural que la caracteriza y con la pasión por la enseñaza que desborda, una hermosa y significativa historia que las autoras presentan en el libro antes citado. Para hacer el tipo de intervención que en ella se narra hace falta capacidad de observación (suelo decir que los maestros somos los profesionales de la observación), sensibilidad, ingenio y ternura a grandes dosis. Aquí va la historia.
“Desde hace un par de semanas Quimi está triste y ensimismado, en lugar de jugar busca la compañía de los adultos, el trabajo no le sale como siempre, habla poco y canta con desgana.
Su maestra le observa cada día más de cerca: ¿qué le debe pasar? ¿Problemas en casa? ¿Celos del hermanito? ¿Dolor de estómago? Hasta que un día encuentra la respuesta donde nunca la habría buscado: en una conversación cazada al vuelo entre Quimi y su amigo Jorge:
- Si no me das tus pegatinas, mi hermano mayor, que va a quinto, te matará, amenaza Jorge.
- Si no me dejas el rotulador verde, mi hermano mayor, que va a quinto, te matará, insiste Jorge.
- Si tocas el coche de bomberos, mi hermano mayor que va a quinto, te matará, prohíbe Jorge.
Quimi, con el miedo en el cuerpo, se desprende de las pegatinas y el rotulador verde y se aleja temeroso del coche de bomberos.
A primera hora de la tarde, los pequeños reciben la visita in esperada de un invitado muy especial: el hermano mayor de Jorge. Todo el mundo le saluda excepto Quimi, que mira hacia el suelo, y Jorge que no acaba de ver claro qué pinta su hermano en su clase.
Le hacemos varias preguntas: cómo se llama, si le gusta la escuela, qué cosas importantes hace en quinto, si recuerda cuándo iba a párvulos, cuál es su música preferida, si es bueno jugando al fútbol, y por último, también le preguntamos si mata a personas. El niño pone cara de susto y nos responde, muy convencido, que no.
- ¿Ni una, no has matado nunca ni una?, insiste la maestra.
- ¡Noooo!, niega extrañado el niño.
- Pues entonces, ¿qué haces cuando tienes un problema con alguien?, pregunta nuevamente la maestra.
- Yo soluciono los problemas hablando y haciendo las paces, declara el niño.
Veo que eres una gran persona y un buen amigo para todos los niños y niñas de esta clase. Ven a vernos cuando quieras, guapo, acaba la maestra.
Quimi sonríe y respira tranquilo. En cambio Jorge se da cuenta de que se ha acabado la bicoca.
Aquella misma tarde, en el rincón de construcciones, coinciden Quimi, Jorge…y la maestra, que sigue atenta sus charlas.
- Hoy, cuando vayamos a la piscina, mi padre te pondrá un vestido de hierro y te tirará al agua, dice Jorge con actitud de perdonavidas.
Quimi, con los ojos bien abiertos, vuelve a temblar. La terrorífica escena se apodera de su imaginación y no ve escapatoria alguna.
La maestra, tranquila, pero muy seria, mira a Jorge de hito en hito y le pregunta:
- ¿Crees que deberíamos invitar a tu padre a nuestra clase?
Jorge enrojece: le han pillado por segunda vez diciendo una mentira para aprovecharse del miedo de su amigo. Sabe perfectamente que eso no está bien.
La maestra despeina los cabellos castaños de Quimi. Y, pasando la mano por los hombros de Jorge, explica: el hierro parece muy fuerte, ¿verdad?, pero con el agua se oxida. En cambio una amistad muy grande, muy grande, no se oxida nunca, porque es de oro puro”
Sin gritos, sin amenazas, sin violencia, sin castigos, que reproducen la actitud del niño amenazador, se consigue le reflexión. Con ingenio, con paciencia, con ternura se busca la mejora. Y luego se escribe para compartir. ¿A qué padres no les gustaría que su hija tuviera una maestra como ésta? En el libro se exponen los pasos para trabajar con situaciones de este tipo: buscar, encontrar, ensayar y enmarcar los valores. Pasos que conducen, por el camino del razonamiento y del compromiso, al territorio de la ética. Hermosa tarea. Hermoso libro. Hermosa gente.
Miguel Ángel Santos Guerra
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